Era un día soleado de otoño, así que no era un día muy común
para esas fechas. A pesar de que había sol, en esa pequeña región, hacía frío. Pero
eso no era un impedimento para Andaline que tenía apenas diez años. Se abrigó
con un suéter rojo, una bufanda dorada y sus botitas marrones y ya estaba lista
para salir e ir a la plaza. Para ella ése era su segundo hogar. En él soñaba se
emocionaba, se alegraba y entristecía. Pero ¿dónde, o mejor dicho, en que
parte, de esa plaza estaban todas esas emociones?. La respuesta era sencilla;
esa hamaca media rota. El resto de las hamacas estaban bien pero esa, esa,
estaba oxidada, desgastada, en fin, nadie la usaba solo ella; Andaline. Esa hamaca
rota estaba lleno de todo eso y más. Porque para empezar, la niña, había ya
sentido apego por esa hamaca porque cuando todos los niños del barrio se
querían hamacar se turnaban con las otras hamacas que estaban bien dejándole
siempre libre esa hamaca rota para Andaline, así que ya era su amiga y tal vez
la única. Pero ¿qué pasaba en aquella hamaca? Que no pasaba. Lo que pasa que para Andaline la
hamaca era solo un medio, era una actividad mecánica repetitiva que le permitía
desconectarse de la realidad. Porque para empezar, solo al subirse, sus pies ya
no estaban en la tierra. Y así cuando empezaba a hamacarse lentamente se iba
alejando del mundo concreto y accediendo al mundo de su propia imaginación.
¡Era tan lindo!
Pero entre sueños y príncipes se sintió una niña extraña. Porque
se daba cuenta que su única forma de jugar era solitaria y no era como los
juegos de las demás niñas. Así que no lo pudo evitar y comenzó a interrogarse:
¿Es este mundo real? o ¿Acaso es menos real que el otro? ¿existe siquiera al
menos en mi corazoncito? Debía resolver el problema y lastimosamente ella era
la única que conocía ambos mundos porque nadie más conocía el mundo de su
cabeza. Volviendo al interrogante, ella se bajó de la hamaca y empezó a
recorrer la plaza en busca de cosas similares o iguales con su mundo. Pero
encontró que todo lo que veía o tocaba era una copia inexacta de su mundo, así
que debía haber una relación entre ambos. Uno tuvo que haber originado al otro autocopiándose
ya que eran similares. Así que, como último recurso, recorrió en su memoria
hasta donde esta ya no tiene nada que decir. Y se dio cuenta que, desde que
tiene memoria, ambos mundos existen. Así que por lo tanto no podía determinar
el primer mundo y como consecuencia tampoco podía determinar cual era el
segundo y por lo tanto copia del primero e inrreal.
Así que como la situación la superaba en sus facultades simplemente
decidió mantener vivos a ambos mundos sin saber por el resto de su vida cual
era el real y cuál era la copia. Después se dio cuenta que si mantenía bien
ambos mundos, todo estaría bien independientemente de cuál era el real y cual
no.
De esta manera fue como creció la pequeña Andaline,
confundida pero equilibrada.
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